Un instituto secular: ¡una respuesta a un llamado!

Un instituto secular es una forma de vida consagrada en la Iglesia que permite a hombres y mujeres entregar su vida a Dios en respuesta a una llamada vocacional. Esta vocación está reconocida en la Iglesia desde 1947.

Para que exista un instituto secular, son necesarias tres condiciones:

  • el apostolado;
  • la consagración;
  • la secularidad.

El apostolado es el trabajo que todo cristiano debe realizar para instaurar el Reino de Dios. Habiendo conocido el amor salvador de Jesucristo, todo bautizado desea que toda persona tenga la misma experiencia de conversión de por vida. Para un miembro de un instituto laico, esta conciencia es aún mayor y se convierte en la razón de ser de la vida.

 

La consagración es el acto por el cual un miembro de un instituto secular hace la entrega total de su vida al Señor para la misión. Respondiendo a una llamada personal del Señor, por medio de la consagración, elige los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia como el medio más excelente para vivir este don a Dios. Todo bautizado está llamado a encarnar estos consejos evangélicos, pues el Evangelio es para todos. Sin embargo, algunas personas deciden dar un paso más definitivo y pedir a la Iglesia que reconozca este don.

 

La secularidad es vivir en el mundo, con el mundo, para revelar a Dios en él. Al ejercer la profesión, al aceptar las responsabilidades familiares, profesionales, cívicas y sociales, el miembro de un instituto secular descubre el mundo como su campo de misión.

 

Esta novedad en la Iglesia permite a los laicos vivir la radicalidad del Evangelio en el mundo, ejerciendo su profesión y estando atentos a las oportunidades apostólicas que brinda la vida cotidiana.

 

En medio de un mundo que a menudo se mueve sin referencia al Evangelio, los miembros de los institutos seculares quieren unir la profundidad de su consagración a Dios y su presencia en el mundo. Se comprometen a la castidad en el celibato; a una vida de pobreza que es un modo de compartir con los más necesitados y una invitación a ofrecer su tiempo, su amistad y su profesionalidad a los necesitados; a una vida de obediencia que les hace estar atentos a las llamadas del Espíritu en los distintos momentos de la vida.

 

De este modo, viviendo en el mundo, con el mundo, para el mundo, transformándolo desde dentro al ser fermento, sal y luz, los hombres y mujeres miembros de los institutos seculares aceptan generosamente la misión que Cristo les ha confiado: difundir el Evangelio a los cuatro rincones del mundo.

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