Mirando las noticias de hoy, el horror nos golpea con toda su fuerza. Ha sido un accidente de tránsito en el que han muerto 55 personas en Guatemala, en un lugar que me cruzo cada vez que viajo a ese país. El alto al fuego entre Israel y Hamás es cada vez más frágil, los rehenes siguen secuestrados y toda la población palestina teme que Estados Unidos les arrebate sus tierras. Todos los gobiernos del mundo están en alerta ante una guerra comercial mundial porque un país quiere imponerse unilateralmente a todos los demás, amenazando su economía y su soberanía.
Pero luego están las situaciones que nunca aparecerán en los titulares: una familia joven que lucha contra la enfermedad del padre; la consternación de un migrante que se siente cada vez menos bienvenido en todo el mundo; un joven sacerdote dispuesto a tirar la toalla porque no se siente escuchado, acogido y apoyado por su obispo y desanimado por el comprometimiento de los buenos. Y el amor está herido… en los grandes problemas mundiales y en situaciones más personales.
¿ Cambiará todo eso una caja de chocolatinas ? Por supuesto que no. Pero si cada uno redescubriera su corazón y aceptara recuperar lo que está en el centro de su vida, tal vez cambiarían nuestras palabras, nuestras actitudes y nuestras acciones… El Papa Francisco escribió recientemente estas palabras tan retadoras: “Si el corazón está devaluado también se devalúa lo que significa hablar desde el corazón, actuar con corazón, madurar y cuidar el corazón. Cuando no se aprecia lo específico del corazón perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía. Y nos perdemos la historia y nuestras historias, porque la verdadera aventura personal es la que se construye desde el corazón. Al final de la vida contará sólo eso” (DN, 11).
Estas palabras se encuentran en las primeras páginas de la encíclica sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo, Dilexit Nos. Mirando “este corazón que tanto ha amado a los hombres”, como Jesús mismo reveló a santa Margarita María Alacoque cuando le mostró su Sagrado Corazón, quizá podamos descubrir hasta qué punto somos amados por Dios. “¡ Nos amó !” ¡ Qué buena noticia ! Cuando leí esas palabras, ¡ esta revelación me asombró durante varios días ! ¡ Dios nos ha amado ! ¡ Dios nos ama ! ¡ Dios me ama ! Y me ama con un corazón humano y divino en Jesucristo – ¡ tal como soy ! ¡ Qué misterio y qué gracia !
Pero este corazón humano y divino de Jesús no sólo me invita a vivir una relación íntima con él; mediante un corazón a corazón, Jesús quiere dar sentido y dirección a mi vida. ¡ Porque el verdadero amor nunca puede ser un amor cerrado en sí mismo ! El verdadero amor se confirma en una relación abierta y disponible con cada persona, con el mundo. Esta experiencia de amor, que ha dejado huella en mi corazón y me transforma día a día, me invita a ofrecerla a todos los que se cruzan en mi camino. Es más, esta experiencia de amor puede transformar el mundo en el que actúo si cada uno de mis gestos, palabras y actitudes está motivado por un fuego interior alimentado por Dios mismo, que es Amor.
En un mundo cambiante, es el pequeño gesto ordinario-extraordinario el que marca la diferencia. Es ese pequeño gesto el que permite proclamar la belleza de las pequeñas cosas y la magia del amor. Al mismo tiempo, es por y en la vida cotidiana como nos convertimos en esos misioneros del amor, anunciando la gracia que está a nuestro alcance: vivir en el amor como mandamiento básico de toda la humanidad. “No hay proselitismo en esta dinámica de amor, son las palabras del enamorado que no molestan, que no imponen, que no obligan, sólo mueven a los otros a preguntarse cómo es posible tal amor. Con el máximo respeto ante la libertad y la dignidad del otro, el enamorado sencillamente espera que le permitan narrar esa amistad que le llena la vida” (DN, 210).
¿ Y si la fiesta de San Valentín fuera algo más que un día en el calendario ? ¡ Tal vez deberíamos decir simplemente, como un cantante quebequense: “¡ Te amo y punto !”