“¡Ensancha el espacio de tu tienda!”

“Durante el próximo mandato 2022-2027, el Instituto Secular Pío X se compromete a ser sensible al fenómeno global de las migraciones y promoverá entre sus miembros gestos y acciones que sensibilicen sobre esta problemática social y humana para fomentar la empatía y la solidaridad con los migrantes, desplazados y refugiados.” Con estas palabras comenzaba una declaración que los miembros de la Asamblea General de 2022 aprobaron por unanimidad hace menos de un año.

En las últimas semanas, las noticias nacionales e internacionales han informado de tantas situaciones dramáticas relacionadas con migrantes y refugiados. El drama humano es inabarcable y se ha convertido en un desafío mundial.

Ayer, 27 de marzo, 39 personas murieron en un incendio en un centro de detención de migrantes en México, provocado en protesta por su inminente deportación; 28 de ellas eran de Guatemala.

El 25 de marzo, Canadá prácticamente cerró sus fronteras a los refugiados porque el Acuerdo de Tercer País Seguro se aplica ahora a toda su frontera; esto significa que cualquier refugiado que quiera llegar a Canadá debe hacerlo desde su propio país (arriesgando su vida durante meses mientras espera una respuesta del gobierno) o entrar directamente en el país por avión o barco, sin pasar por Estados Unidos u otro país “seguro”. De lo contrario, deben buscar refugio en el primer territorio al que lleguen. Cuando sabemos que pocos países de África o América Latina tienen vuelos directos a Canadá y que, además, la obtención de un visado de turista que les permita llegar al país son difíciles de conseguir, bien podríamos decir que Canadá ha dejado de ser un país acogedor. Desde el sábado, no dejo de pensar en una joven madre congoleña que se topó con una frontera cerrada por desconocer el cambio de política. Después de haber viajado durante 18 meses, del Congo a Brasil y pasando por muchos países de América Latina para llegar a Canadá con sus hijos de 5 años y otro de apenas 4 meses (dio a luz en el camino), en la frontera de Estados Unidos, a las puertas de Canadá, se encuentra ante un sueño roto.

El mar Mediterráneo se ha convertido en un auténtico cementerio. El pasado 26 de febrero, cerca de 100 migrantes murieron a 150 metros de la costa italiana al estrellarse su embarcación contra las rocas en el sur del país; ¡entre ellos había 14 niños! Muchos de estos migrantes procedían de Afganistán e Irán, huyendo de condiciones muy difíciles. En los últimos 10 años, más de 26.000 migrantes han perecido en el mar Mediterráneo, simplemente buscando unas condiciones de vida humanas dignas.

Mañana, la semana que viene, el mes entrante, los noticieros seguirán plagándonos de historias no menos tristes que las anteriores. Muchos gobiernos del mundo parecen haber olvidado que el derecho a abandonar el propio país y solicitar asilo es un derecho reconocido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y reconozcámoslo: cuando una persona o una familia llega al punto de querer abandonar su “hogar” para ir en busca de otro, la situación se vuelve dramática. No creo que nadie lo haga de buen corazón.

¡Por un cambio de verdad!

A veces, los retos son tan grandes que nos sentimos paralizados por la inmensidad de la tarea. Ante estas situaciones, ¿qué podemos hacer concretamente? ¿Qué acciones concretas podemos llevar a cabo? Propongo tres caminos: ver – juzgar – actuar.

“El Señor le dijo: ‘He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos’ ” (Éxodo 3, 7). Ver es la primera pista que hay que desarrollar. Debemos conocer la realidad, escuchar las historias de los migrantes, intentar comprender su situación. ¿Por qué no dar un paso concreto para conocer a una persona, a una familia? Tomar un café, escuchar con compasión, crear vínculos para ser parte de su integración social, esto podría hacer crecer la comunión humana.

“No oprimirás al emigrante: ustedes conocen la suerte del emigrante, porque fueron emigrantes en Egipto” (Éxodo 23, 9). En el discernimiento que se nos propone, debemos sumergirnos en lo más profundo de nuestro corazón para descubrir el llamado de Dios. Su Palabra, los acontecimientos que se tejen en nuestra vida cotidiana, la misión que hemos aceptado al comprometernos, son elementos que pueden ayudarnos a discernir, a juzgar cuál es el siguiente paso que debemos dar. Propongo también que dejemos que la palabra del Magisterio ilumine nuestra reflexión. Es nuestra responsabilidad informarnos sobre las situaciones en los distintos países. Pero también les invito a leer el capítulo 4 de Fratelli Tutti, la encíclica del Papa Francisco sobre la fraternidad y la amistad social, que es elocuente para ayudarnos a profundizar en la acción cristiana y humana a emprender.

“El Rey les contestará: Les aseguro que lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí” (Mateo 25, 40). El actuar cristiano no es en primer lugar un movimiento de solidaridad que hay que fundar; es un gesto de caridad que hay que ofrecer. También puede ser un compromiso con una organización social con otras personas para construir un mundo más humano, más fraternal. Significa defender al extranjero frente a palabras y acciones hirientes y, admitámoslo, xenófobas. Un gesto, por pequeño que sea, puede ayudar a construir la nueva ciudad. Pero tengamos el valor de un gesto concreto. Abrirá muchas puertas… ¡pero en primer lugar, abrirá la puerta de nuestro corazón!

La cuestión de los migrantes y refugiados es más que una simple realidad social. Son personas reales, hermanos y hermanas en humanidad. Y cada vez son más… Sería demasiado fácil lavarnos las manos ante estas situaciones dramáticas, diciendo que está más allá de nuestra capacidad. Ha llegado el momento de ensanchar el espacio de nuestra tienda, de tener una apertura francamente mayor, más real, hacia los hermanos y hermanas necesitados.

Mediante nuestro compromiso de fe, todos los cristianos estamos llamados a responder a estas difíciles situaciones. El Padre Henri Roy, en el primer Congreso de la JOC en Montreal en 1935, proclamó con fuerza y claridad: “¡Los desamparados, los ampararemos!” También nosotros estamos llamados a vivir con este mismo espíritu audaz y profético. La vida de nuestros hermanos y hermanas depende de ello.

Foto: Flickr, Jim Forest, European migrant crisis

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