¡ Te amo con todo mi corazón !

Dentro de unos días, será el Día de la Madre. Por supuesto, me considero bendecido por tener todavía a la mía que, a pesar de su avanzada edad, sigue siendo una mujer completa. Puede que su salud no sea la misma que hace 40 o 50 años, pero su fortaleza y su deseo de seguir transmitiendo sus valores de amor y fe me siguen impresionando.

A veces será una palabra rápida por teléfono; otras veces encontraré en mi correo una tarjeta enviada de puño y letra de profesora compartiendo unas palabras inspiradoras; y a veces serán simplemente momentos de silencio que dicen alto y claro que el amor tendrá la última palabra. Pero en cualquier ocasión, en cualquier circunstancia, mi mamá sólo quiere decir: ¡Te quiero con todo mi corazón! ¡Y eso es suficiente para llenar mi corazón de niño, mi corazón de hombre!

 

Estos últimos días, tuve la gracia de celebrar las exequias cristianas de una amiga de los Estados Unidos. Annette tenía 97 años… ¡casi un siglo! Ella vio cómo cambió nuestro mundo. Ha visto las transformaciones sociales que han tenido un gran impacto en nuestras familias. Y sobre todo, fue una mujer de esperanza y confianza, de amor entregado a diario a sus 9 hijos, 16 nietos y 27 bisnietos, junto a su esposo Ben, que estuvo a su lado durante más de 74 años. Sin duda, su legado más hermoso es precisamente esta gracia de la acogida ante un mundo cambiante y renovador. Esta gracia le permitió encontrar y saborear la belleza, la bondad, el bien en cada persona, en cada acontecimiento, en cada situación. Este será el secreto de su felicidad.

 

Ya sea Mamá, ya sea Annette, ya sea cualquier mujer llamada a ser madre, cada una de ellas lleva un único deseo: ¡que la vida estalle con todas sus luces y colores para transformar nuestro mundo! Será un pequeño e insignificante gesto, una palabra furtiva, una oración desconocida, una rutina diaria… todo ello se vivirá con un poco más de amor de lo habitual. Y la gracia de ser madre producirá -no sabemos cómo- frutos de eternidad haciendo crecer a hombres y mujeres dispuestos a construir un mundo nuevo.

 

Hace dos mil años, una simple mujer se convirtió en madre. Sin duda, no estaba en sus planes, en su proyecto de vida… Pero una irrupción del mensajero de Dios lo cambió todo. ¡Daría a luz a un hombre, a un Dios! Jesús elegiría pasar por esta humilde mujer, María, para encarnarse. Haciéndose «semejante a los hombres y mostrándose en figura de hombre» (Filipenses 2, 7), tomaría sobre sí toda nuestra realidad.

 

Desconozco el femenino de la palabra «abba» en arameo, pero me gusta pensar que Jesús la utilizó de forma cariñosa para referirse a su madre. Si tenía este vínculo íntimo con el Padre en el cielo, cómo no iba a tenerlo también con la que le amamantó desde su seno, la que le vio dar sus primeros pasos, balbucear sus primeras palabras. Probablemente, como muchos niños, su primera palabra fue «mamá»…

 

Toda una vida pasó uniendo a Jesús y a María, una vida de misión y de don. En el momento final, en la cruz, Jesús entrega a su madre a toda la humanidad. «Aquí está tu madre» (Juan 19, 27). Y desde entonces, tenemos dos madres… una que nos abre su corazón dándonos la vida y la otra que abre el corazón de su amado Hijo para darnos la Vida Nueva.

 

Al acercarse el Día de la Madre, atrevámonos a dar gracias por la que es nuestra madre. Tal vez todavía esté aquí… Así que ofrézcale un pequeño gesto de ternura para decirle «¡Gracias! Te amo». Tal vez esté ya al lado de la otra Madre… y entonces que sea la propia María la que venga a consolar nuestros corazones susurrándonos simplemente las palabras dadas a Juan Diego: «¿No estoy yo aquí, yo que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi protección?» Y nuestros corazones pueden encontrar la paz en el amor maternal de María.

 

A todas las madres del mundo -y de manera especial a la mía, a Mae- ¡feliz día de la madre!

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