¡ Ser la voz del Papa !

Hace diez días, tuve una de las experiencias más hermosas de mi vida. Del 24 al 29 de julio, tuve el privilegio de ser el traductor del Santo Padre durante su visita apostólica a Canadá. Durante 6 días, fui la voz del Papa Francisco.

El 15 de junio recibí la confirmación de que había sido designado para ofrecer este servicio al Santo Padre durante su próxima visita a Canadá. Estaría a su lado, casi en todo momento, para traducir las conversaciones y transmitir sus palabras a sus interlocutores. Además, me habían pedido que hiciera dos traducciones, en alternancia, para su primer y último discurso en el país, pero un cambio de última hora hizo que tradujera ocho de los nueve principales discursos del Papa Francisco durante su peregrinación penitencial al país.

Así que me fui el 22 de julio a Edmonton, donde el Papa Francisco llegaría unos días después. Me había estado preparando durante las últimas semanas leyendo varios artículos sobre el propósito del viaje: la reconciliación con las Primeras Naciones, los Métis y los Inuit para abrir el camino de la sanación y la esperanza. Me informé de las reuniones entre el Papa y varios grupos indígenas en Roma la primavera pasada. Me di cuenta de que este viaje tenía el potencial de ser un nuevo amanecer para nuestros hermanos y hermanas indígenas y para el “vivir juntos” de todos los Canadienses.

Eran las 4:15 de la mañana, de camino a la puerta de embarque, cuando vi en la librería del aeropuerto una novela de Michel Jean, periodista y escritor de origen innu, titulada El viento aún habla de eso. Esta novela muestra el horror y el sufrimiento vivido en los internados a través de las vidas de Virginie, Marie y Charles. Los años pasan y 77 años después, el dolor sigue igual de vivo.

Mientras el avión aterriza en Edmonton, termino la última página de la novela… y me siento abrumado. Me digo que es una novela, que sin duda hay muchas páginas que han sido exageradas… Y sin embargo, a lo largo de la semana, veré, escucharé y tocaré historias que ya no son páginas de una novela, sino trozos de vidas que han sido heridas y magulladas para siempre por la experiencia de los internados. Ya no son personajes de una novela, sino hermanos indígenas; se llaman Gerald, Wilton, Rosanne o Marie-Anne.

El 25 de julio, el Papa Francisco viaja a Maskwacis, a unos 100 km de Edmonton, para su primer encuentro con los indígenas. El silencio que reina en el carro me hace comprender que este será un momento histórico. Al llegar, se toma un tiempo para rezar en la pequeña iglesia. A lo largo de las paredes de la iglesia, jóvenes indígenas sostienen una larga bandera naranja con los nombres de los internados y los nombres de los estudiantes que murieron allí. Más de 4000 nombres… cada uno con una historia, una familia, una comunidad. El Papa Francisco se tomará un tiempo para recorrer la iglesia, deteniéndose a rezar, a leer nombres, a recordar. Se mueve lentamente, como si quisiera absorber todo este sufrimiento. Al final, toma la bandera en sus manos y la besa.

A continuación, partimos para llegar al cementerio donde el Santo Padre, a solas, rezará en silencio. Después de muchos minutos, continuamos nuestra caminata para llegar al lugar de encuentro, sin antes detenernos frente al lugar donde existió el internado. Aquí el Papa es recibido por los jefes indígenas locales que le acompañarán hasta el lugar de encuentro.

Cantos tradicionales, danzas y discursos oficiales prepararon el escenario para que el Santo Padre dirigiera sus primeras palabras en suelo canadiense a los pueblos indígenas. Se le acerca un micrófono y yo me muevo hacia el otro micrófono. Conmovido por las personas y los lugares, las voces y los silencios, me hago eco de las palabras del Santo Padre en inglés. Y las palabras están cargadas de significado.

“Les agradezco por haber hecho que todo esto entrara en mi corazón, por haber expresado el peso que llevaban dentro, por haber compartido conmigo esta memoria sangrante. Hoy estoy aquí, en esta tierra que, junto a una memoria antigua, custodia las cicatrices de heridas todavía abiertas. Me encuentro entre ustedes porque el primer paso de esta peregrinación penitencial es el de renovar mi pedido de perdón y decirles, de todo corazón, que estoy profundamente dolido: pido perdón por la manera en la que, lamentablemente, muchos cristianos adoptaron la mentalidad colonialista de las potencias que oprimieron a los pueblos indígenas. Estoy dolido. Pido perdón, en particular, por el modo en el que muchos miembros de la Iglesia y de las comunidades religiosas cooperaron, también por medio de la indiferencia, en esos proyectos de destrucción cultural y asimilación forzada de los gobiernos de la época, que finalizaron en el sistema de las escuelas residenciales.”

El Papa Francisco repetirá estas palabras a lo largo de su viaje. Pero más que palabras, habrá gestos, miradas, tiempo para escuchar, silencios, lágrimas y, sobre todo, un amor desbordante de ternura y compasión para reconstruir los puentes con los hermanos y hermanas heridos. Habrá la esperanza de que este nuevo paso al encuentro del otro permita un nuevo amanecer de sanación que “haga nuevas todas las cosas”.

A medida que avanza la semana, tengo la profunda convicción de que mi voz también puede aportar consuelo y valor. No son mis palabras, pero tienen mi acento, mi emoción, mi deseo de llegar al otro en lo más profundo de su corazón. Que cada hermano y hermana indígena escuche no sólo mi voz, sino también las palabras del Papa, que les invita a escuchar el eco del Creador que habla a cada uno de sus hijos y les repite cuán grande es su dignidad de hijos del Padre, cuánto son amados desde toda la eternidad.

Hay mucho más que decir sobre esta semana. Cuántos encuentros memorables, cuántos rostros radiantes cuando el Papa se acercaba a la gente, cuánta alegría en las calles de la ciudad de Quebec al paso del papamóvil, cuántas sanaciones se lograron… Todos y cada uno de nosotros hicimos nuestra propia peregrinación interior a lo largo de esta visita apostólica. Y el viaje aún no ha terminado. Cuando dejé Iqaluit, al finalizar mi misión como traductor del Santo Padre, podría haber dicho “misión cumplida”. Pero la verdad es que el trabajo no ha hecho más que empezar. Ser la voz del Papa significa también llevar su mensaje de paz, reconciliación, sanación y esperanza… ¡todos los días!

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