“¡Ustedes serán mis testigos!” No se trata de una propuesta, ni mucho menos de una solicitud para convertirse en voluntarios. Es un imperativo y una promesa. En un mundo cada vez más convulsionado, es urgente que los hombres y mujeres se levanten para llevar la Buena Noticia del Evangelio. Ante la violencia sin precedentes que se desata en todas partes, estamos llamados a convertirnos en constructores de paz. Ante los gritos de venganza que se desatan por todos lados, el silencio del perdón habla aún más fuerte. En medio de la desigualdad y la injusticia flagrante, la solidaridad es la única respuesta posible. Pero todo esto es factible con una sola condición: que los hombres y las mujeres tomen en serio su fe y se conviertan en testigos del poder de la Vida en Jesucristo.
Hace unos días, con el cuerpo desgastado por el paso de los años y la memoria borrada por la demencia, murió un amigo a sus 87 años. Se llamaba Marcos. Marcos era un hombre sencillo; nada le llamaba a ser misionero en el extranjero. Era telegrafista en la ciudad de Quebec cuando conoció a los miembros del Instituto Secular Pío X durante un retiro espiritual. Y de repente, su vida encontró su sentido… en adelante telegrafiaría la Palabra de Dios comprometiéndose en la misión de evangelización en pleno mundo obrero.
Pero su verdadero deseo era ir a la misión. En 1968, voló hacia Colombia. Otros se unirían a él en esta aventura misionera. Marcos se comprometió con los más desamparados, prestando una atención sanitaria rudimentaria en los barrios pobres de Popayán, donde todo estaba por construir. El desgaste del sufrimiento hizo que regresara al país en 1982. Pero el 31 de marzo de 1983, un violento terremoto sacudió la ciudad colonial; menos de 24 horas después, Marcos partió para ir a atender a las víctimas en su ciudad de adopción. Volvería a casa definitivamente en 1987.
Durante mi último encuentro con él, Marcos siguió compartiendo sus recuerdos conmigo. Los detalles se perdieron en las nubes del inconsciente, pero aún consiguió recordar a hombres y mujeres que había atendido, así como a las personas que habían trabajado con él en la misión. Habló con cariño de Lady, María del Socorro, Cipriano, Elvia y sus hijos… ¡Con cada uno de ellos, el testigo sigue dando vida porque los recuerda y reza por ellos!
“¡Ustedes serán mis testigos!” Podemos conmovernos ante el don de la vida de Marcos a los más pobres y necesitados… ¡y con razón! Pero no es necesario ir a otro país. ¡La misión se vive aquí y ahora! Por tanto, la pregunta que se nos plantea es: ¿estamos dispuestos a asumir el mismo don, la misma misión? ¿Dejaremos que nuestro corazón se conmueva ante las necesidades de nuestros hermanos y hermanas? ¿Nos comprometeremos a toda costa a llevar la esperanza a este mundo tan falto de ella?
Hace unos días, el mundo se enteró con horror de la muerte de una joven en Irán, Mahsa Zhina Amini, de apenas 22 años. ¿Su delito? Optar por abandonar el pañuelo islámico y no respetar el estricto código de vestimenta de la república. Esta muerte injusta ha despertado a todo un pueblo. Ante la tragedia de las jóvenes en Irán, ¿qué gesto puedo hacer para solidarizarme con este viento de renovación que lleva el deseo de cambio de toda la juventud? ¿Me atrevo al menos a escribir una carta de solidaridad a los gobiernos para apoyar este cambio?
Tengo una buena amiga, Suzanne, que está atareada en el trabajo. A través de unos amigos, se ha enterado en las últimas semanas de la llegada de una familia mexicana, refugiada y desplazada por la violencia. El padre, la madre y los dos hijos llegaron a la ciudad de Quebec con una sola maleta. Eso fue todo lo que pudieron traer cuando huyeron de su país. Haciendo caso sólo a su gran corazón, Suzanne se dedicó a buscar muebles, comida, ropa, por no hablar de acompañarles al médico, a la escuela y a orientarse en el dédalo administrativo. ¡Suzanne es una testigo! Y yo… ¿cómo podría aportar mi grano de arena para ayudar a los nuevos llegados, cada vez más numerosos, en busca de una tierra de acogida?
Lloro cuando pienso en Aaron y Anzel, de 11 y 13 años, dos niños que fueron amarrados y asesinados por su padre ayer en Laval. Esta tragedia familiar, otra más, y siempre una de más. – debe desafiarnos. Con demasiada frecuencia, nos quedamos con un vil sentimiento de impotencia ante las difíciles situaciones que viven las familias de hoy. Dentro de unos días, sus nombres se olvidarán y su desaparición no será más que una nota informativa.
Y sin embargo… En el círculo familiar, ¿cómo no pensar que debió de haber gente que se percató de los signos de desconcierto que se estaban produciendo? Me pregunto: ¿estoy siempre atento a las personas que me rodean? ¿Me acerco lo suficiente como para ser una presencia que pueda marcar la diferencia en la vida de los que están cayendo en la desesperación? ¿Puedo convertirme en ese testigo que hace que la gente crea en una vida mejor?
“¡Ustedes serán mis testigos!” La misión es muy sencilla: ¡es un compromiso para construir un mundo mejor! Significa proclamar a los hombres y mujeres de hoy -con gestos sencillos y concretos- que Jesús está vivo, que Dios quiere nuestra felicidad. Significa creer en «un cielo nuevo y una tierra nueva» donde la justicia, la paz, la solidaridad y el amor brillarán con una nueva esperanza. Significa atreverse a actuar y hablar. Significa creer que el Espíritu sigue actuando. ¡La misión es nuestra respuesta para un mundo diferente!
Sea cual sea nuestro nombre -nos llamemos Marcos o Suzanne- todos estamos llamados a ser testigos de los Zhina, Aarón y Anzel de este mundo para que estos horrores no vuelvan a repetirse. Estamos destinados a ser testigos para que las familias puedan seguir creyendo en un mañana lleno de promesas. Estamos llamados a ser testigos, simplemente porque el Espíritu sigue actuando en nuestros corazones todos los días. Atrevámonos a escucharle y a responder a su llamada. “¡Ustedes serán mis testigos!”